martes, 21 de septiembre de 2010

El poder transformador del tiempo daliniano


La persistencia de la memoria

Salvador Dalí pinta los famosos “Relojes blandos” (como se conoce popularmente a este óleo) en el año 1931, en plena época surrealista y en un momento de transición tanto a nivel personal como creativo.

Características de la obra
Con el transcurso de los años, y gracias a la gran calidad técnica y sorprendente temática, el óleo La persistencia de la memoria se ha convertido en una imagen familiar en nuestro imaginario que ha dejado huella en la historia del arte del siglo XX. Dalí pinta el cuadro con tan sólo 27 años, y consigue crear una de las obras más representativas de su estilo, una imagen llena de misterio y objeto de múltiples interpretaciones, a pesar de sus reducidas dimensiones, 24 x 33 cm.

Observando atentamente el óleo, se hace evidente que el paisaje juega un papel fundamental en la temática. Fácilmente reconocemos las rocas del Cabo de Creus y los colores del cielo y el mar mediterráneos. Podemos decir con toda certeza que el paisaje es Portlligat. Una vez más se establece un fuerte vínculo entre Dalí y su entorno “Me he construido sobre estas gravas; aquí he creado mi personalidad, descubierto mi amor, pintado mi obra, edificado mi casa. Soy inseparable de este cielo, de este mar, de estas rocas, ligado para siempre a Port Lligat [...].

Este paisaje plácido queda interrumpido por tres relojes blandos y uno rígido que han terminado dando múltiples significados a la obra. Uno de los relojes blandos cuelga de una rama de olivo; otro, también deformado, descansa sobre la figura amorfa que hay en el centro de la obra. El último reloj blando se apoya en el mueble situado en el ángulo izquierdo. En contraste, hay un cuarto reloj, rígido, cubierto de hormigas y colocado boca abajo. Todos los relojes marcan una hora distinta, y el único que mantiene su rigidez está pintado boca abajo e infestado de hormigas. Dalí insinúa así la relatividad del concepto de tiempo y una de las preocupaciones más artificiales y abstractas inventadas por el hombre: la angustia de controlar el tiempo. Dalí contrapone, con gran elegancia, la escena infinita del paisaje con objetos que nos recuerdan en cada momento la fugacidad de los instantes y de las cosas: todo es efímero y fugaz. Otra preocupación recurrente y obsesiva en Dalí es la inmortalidad, conseguir la permanencia y conquistar la eternidad sin el control ni la presencia del tiempo.

El recorrido expositivo de los “Relojes blandos” empieza en París en 1931, en la galería Pierre Colle, poco después de ser pintado. Inmediatamente, el galerista neoyorquino Julien Levy la compra y se la lleva a Nueva York, donde se expone en distintos museos de los Estados Unidos antes de formar parte de la colección permanente del Museum of Modern Art. Esta institución recibe el cuadro en 1934 como donativo de manos de Helen Lansdowne Resor, magnate de la publicidad y futura patrona del MoMA; el precio pagado fue de 400 dólares. Actualmente, el MoMA es aún su propietario. En el libro La vida secreta de Salvador Dalí, el propio pintor recuerda el momento en que el óleo cambia de manos: “[...] se vendió y revendió hasta que la colgaron finalmente en las paredes del Museo de Arte Moderno, y fue sin duda alguna la pintura que tuvo el «éxito de público» más completo. La vi recopiada varias veces en las provincias por pintores aficionados que trabajaban sobre fotografías en blanco y negro —y, por tanto, con los colores más caprichosos—. ¡Fue también usada para llamar la atención en los escaparates de colmados y tiendas de muebles! […]”. El éxito de los "Relojes blandos" no pasa desapercibido y los ilustradores de tiras cómicas aprovechan para organizar revuelo entorno al concepto de tiempo y de su flexibilidad. La prensa de la época también se hace eco de la llegada de la pintura a los Estados Unidos y abre debates sobre si “la textura blanda de los relojes expresaba impotencia. A otro le pareció que era una representación excelente de la potencia, ya que el tiempo, simbolizado por los relojes, significaba un poder que se podía transformar en cualquier cosa”.




http://bloges.meseon.net/archives/106-La-persistencia-de-la-memoria-en-Figueres.html

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